sábado, 23 de octubre de 2010

CAPITULO V

“La higuera no volverá a echar brotes,
ni habrá que recoger viñas.
Fallará la cosecha del olivo, los campos no darán alimento
Faltará el ganado menor en el aprisco,
no habrá ganado mayor en los establos.
¡Más yo YaHWéH me alegraré, y me gozaré en el Elohim de mi salvación!
YaHWéH mi señor es mi fuerza, Él me da pies ágiles como de siervas,
Y por las alturas me hace caminar.”

Habacuc 3:17-19


V

Era el primer día de la semana y mientras moldeaba las piezas de barro, escuchaba a Victoria que no dejaba de hacer comentarios sobre lo bien que se había sentido en la celebración del Shabat. Yo la entendía porque desde que estaba en la Fe a mí tampoco dejaba de asombrarme la maravillosa sensación que se sentía celebrar entre hermanos un día como el Shabat. Así como ella yo también había participado de reuniones de gente en días especiales para el mundo, pero eran muy distintas de las que organizábamos con los hermanos en la Fe. En esas otras abundaba el vino y las mesas desbordaban de comida, la gente participaba de bailes desenfrenados y actos sexuales inmorales que provocaban brutales peleas, llevando a algunos hasta la muerte. Agotados por una noche de lujuria terminaban durmiendo en cualquier lugar. Al otro día encontrabas gente durmiendo en el piso de la sala, en los patios y hasta en la calle.
Victoria me contaba que en Cencrea los griegos no distaban mucho de los hispanos a la hora de divertirse, eran muy similares. Por esta razón, entre otras, nos diferenciábamos muchísimo de lo que ella conocía y sin duda, cada vez más deseaba alejarse de su pasado.
Al terminar nuestra conversación golpearon la puerta, con mucha fuerza. Persis entró agitada al cuarto avisando que una mujer y dos hombres buscaban a Victoria, quien gritó desesperadamente:
-          ¡No dejes que me lleven!
-          Nada te va a pasar,- le dije – confía en el Adón.
Le pedí a Persis que se quedara en el cuarto y que se pusieran a orar pidiéndole a Elohim su Protección mientras yo iba a atender a las personas que  buscaban a Victoria.
La mujer que estaba parada en la puerta tenía el aspecto de una persona ruda, de modales muy bruscos. Me preguntó si Victoria estaba en la casa, le dije que sí pero que no la podía atender. Los hombres que la acompañaban me empujaron violentamente y entraron a la casa. Gritando la llamé a Persis pero en ese momento Victoria era tomada por la fuerza y Persis estaba desmayada en el suelo. Debido a los gritos Rufo, y Hermas que estaba con él, acudieron rápidamente al lugar. Después de pelear con los dos hombres, lograron soltar a Victoria y que éstos se fueran.
La mujer en tono amenazador nos dijo que iba a volver, ella quería de regreso a su hetaira, y según lo que nos dijo Victoria, no iba a parar hasta conseguirlo. Esa noche Rufo se quedó durmiendo en la sala para protegernos por si volvían.
Me quedé muy preocupada por lo que pudiera llegar a acontecernos más adelante, pero confiaba en la protección de nuestro Padre Celestial. Finalmente me dormí orando y pidiéndole a Elohim que no me abandonara en ese momento tan difícil. Le pedí que me diera sabiduría para poder ayudar a esta hermana que tanto me necesitaba.
A la mañana siguiente le dije a Rufo que le llevara a  Hermas los adornos de cerámica para que los vendiera en el puerto. No eran demasiados porque la mayoría se habían roto cuando los hombres que buscaban a Victoria entraron bruscamente en el cuarto causando destrozos. Necesitábamos con urgencia obtener ingresos porque se nos estaban acabando los víveres.
Persis estaba muy perturbada por todo lo que había sucedido, estaba triste y agotada. Le dije que tenía que ser fuerte para afrontar las pruebas por las que debíamos pasar. Sólo los que resistan van a ser merecedores de estar en el Reino de los cielos, eso significaba no sólo resistir las tentaciones que el maligno te ponía en el camino, sino también resistir todas las pruebas, inclusive las más duras. La respuesta está en que si en nuestros momentos de mayor debilidad dejamos que Elohim actúe en nosotros, nada podrá contra nosotros. El nos fortalece en esos momentos en los que creemos que por nosotros mismos no podemos hacer nada.
Victoria, que había escuchado nuestra conversación, me dijo que se sentía culpable por todo lo que estaba sucediendo y que la mejor solución era irse, porque no conocíamos la maldad con la que actuaba Cirene, la dueña de la casa donde ella trabajaba, que seguramente en esos momentos estaba planeando como vengarse y que cuando volviera, como nos dijo, iba a ser peor que la primera vez.
A lo que respondí:
-          Sé que en algún tiempo voy a tener que partir, estoy esperando una carta de la persona que me inició en el camino de la Fe, que me confirme cuando. Mientras tanto no vamos a huir a ninguna parte, debemos enfrentar lo que esté por suceder, además no estamos solas, nos esta protegiendo nuestro Padre Celestial y los hermanos que están dispuestos a socorrernos ante cualquier necesidad.
-          Tengo tanto que agradecerle a tu Elohim, que ahora es el mío, por haberte puesto en mi camino...- me dijo llorando, dolorida y con la voz quebrada. – Necesito que ores conmigo porque no sé cómo empezar. Debo pedirle que me de un poco de la Fe que tu tienes, por que con solo un poco tendré la fortaleza necesaria para seguir.
Por supuesto que no me negué ante tan importante pedido y a partir de ese momento estuve más segura que nunca, que no debía dejar la causa del Adón. Me di cuenta de la cantidad de almas sometidas en la oscuridad que deberían estar necesitando de alguien que les llevara la luz de la salvación y la verdad que es por medio de nuestro Adón Yahshúa ha Mashíaj, y como me sucedió a mi todos merecían la misma oportunidad.
Cerca del medio día, cuando nos disponíamos a compartir los alimentos, apareció Rufo agitado, nos avisó que Cirene estaba alentando a los griegos para que nos acusaran de revolucionarios y los había convencido de que representábamos una amenaza para la religión que ellos profesaban, porque éramos una secta que blasfemaba contra los dioses de ellos y estábamos convirtiendo a los ciudadanos a nuestra ideología.
En ese momento ingresaron en la casa soldados de la guardia del procónsul y con ellos Cirene  quien presa de furia, gritó: - ¡Ella es la que insita al pueblo contra los dioses! ¡Y ése, - señalando a Rufo- se llevó a mi empleada por la fuerza!
Allí nos apresaron, a Rufo y a mí.
Les dije a Persis y a Victoria que no desesperaran y se mantuvieran firmes en la Fe confiando que se haría la voluntad de Elohim.
En ese momento fuimos llevados ante el tribunal de Galión, Procónsul de Acaya. Los griegos expresaron su disgusto por nosotros diciendo: ¡Estos incitan al pueblo a honrar a otro dios blasfemando en contra de nuestros dioses!
Galión cansado de ese tipo de discusiones generado por el fanatismo de la gente de Corinto y Cencrea decidió ponerle fin a ese acto. Indagando sobre el problema no encontró causa alguna para juzgarnos. Además éramos ciudadanos romanos y no quería tener problemas con el emperador a causa de efectuar un juicio falso por estar a favor de los griegos. Consultó entre la gente si había alguna otra acusación más grave por la cual valiese la pena juzgarnos, pero no encontrando respuesta valedera nos dejó en libertad, advirtiéndonos que si causábamos más problemas, seríamos encarcelados. No era la primera vez que Galión presenciaba acusaciones contra los seguidores del Mashìaj. Con anterioridad había tenido que juzgar a Pavlos, cuando estuvo en Corinto, por las mismas acusaciones. No dejándose llevar por los judíos no creyentes en el Mashíaj, que eran los acusadores de Shaúl en ese momento, lo dejó en libertad. A nuestro regreso nos recibieron los hermanos de la congregación con mucha alegría. Había tanta gente junto con ellos, dispuesta a ofrecernos su apoyo, que mi alma se llenó de Felicidad y comprendí cual había sido el fin de todo lo que había sucedido.
Elohim tiene esa forma misteriosa de enseñarnos lo importante, a través de las pruebas y espera que aprendamos a través de ellas. Si lo hacemos, grande es el premio que recibiremos.
Como recordarás, mi hermanita amada, dentro de la casa estabas tú, que habías vuelto de Atenas. Persis y Victoria se habían encargado de ponerte al tanto de todo lo que nos había acontecido en tu ausencia.

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